sábado, 24 de diciembre de 2011
La navidad
La mentira con foquitos de colores
la pederastia que pontifica
el abuso que perdona
la hipocresía envuelta para regalo
la mendacidad canonizada
la estulticia devota
la nada de oropel
la sinrazón empecinada
el milagro de papel
el rito fenicio
la inteligencia hecha añicos
la nada, la nada
la superstición con villancicos.
Eso fue lo que respondí cuando me preguntaron: ¿para ti qué significa la navidad?.
jueves, 22 de diciembre de 2011
Carta a Felipe Calderón.
Esta es una colaboración invitada. La Periodista Isabel Arvide dirige carta a Felipe Calderón en respuesta a comunicación epistolar que el reportero camarógrafo Epigmenio Ibarra dirigiera a su vez al Presidente.
México, D. F., a 22 de diciembre del 2012.
Señor Presidente de la República,
Felipe Calderón Hinojosa,
Presente.
Señor Presidente,
Cada vez que escucho la manera en que líderes de opinión, que me merecen todo respeto, insisten en responsabilizarlo del “baño de sangre” que hemos padecido estos años, pienso con infinita indignación en la apatía de tantos gobernadores, jefes policiacos, políticos, generales que teniendo la obligación constitucional de garantizar paz social a la sociedad prefieren instalarse en la cómoda poltrona de la evasión.
Y entonces quisiera que gente como Epigmenio Ibarra, que ha visto desde muy cerca la crueldad de otras guerras fratricidas, mirasen hacía ellos.
Ese es el punto de balance que tanto necesitamos los mexicanos ya no para asimilar nuestra realidad sino, simplemente, para poder repartir responsabilidades de forma que en el futuro, inmediato y de largo plazo, no se cometan los mismos errores.
Que miedo, honestamente, que pánico inmenso que aquel que vaya a gobernarnos los próximos años opte por esta posición de falsa redención que hoy, de cara a los procesos electorales, resulta tan redituable. Las vestiduras que tantos hombres y mujeres públicas se desgarran en nombre de los muertos ignoran, precisamente, a los asesinos.
Borran de todo análisis el círculo vicioso de la impunidad que los gobernantes, y aquí me permito incluir por igual a los procuradores de justicia, a los titulares de seguridad pública estatal, a los presidentes municipales, a los directores de policías locales, han propiciado históricamente. Que en años recientes permitieron un deterioro social inconmensurable.
Y que usted, con una valentía que para algunos raya la estupidez y para otros, yo entre ellos, lo coloca en una tesitura de valentía que la historia habrá de reconocerle, decidió romper desde el primer día de su sexenio.
¿Quieren quemarlo en todas las hogueras públicas por ello? Bienvenida la reacción torpe o malintencionada de tantos porque permite con mayor claridad poner a cada uno en el sitio que han elegido tomar en estas batallas.
Los gobernadores, me consta tanto en primera persona, son los más ajenos y temerosos del tema “seguridad”. A no ser por la “indispensable” supervisión en los paquetes de adquisición de armamento que resultan tan productivos en sus economías particulares, optan por un frío alejamiento. Incluso, como ha sucedido en tantas entidades estos años, cuando la realidad les estalla en miles de cadáveres y otros muchos más desaparecidos.
Su contabilidad es otra. Su tiempo es muy valioso. Yo tengo más de treinta y cinco años de tratar con los gobernantes de este país, de hablar con ellos, de pelearme con ellos, de trabajar para ellos ahora en el tema de seguridad, por eso necesito contarle de mi desesperanzada desesperación ante su falta de tiempo para siquiera discutir esto.
Ya no conmigo, o no solamente conmigo sino con las autoridades federales comisionadas a su entidad o con aquellos que fueron contratados para encabezar sus propias instituciones. La excepción, minoría que se cuenta con los dedos de las manos, es de aquellos que se reúnen algunos minutos al día para discutir el tema de la violencia, que están enterados, que quieren saber de la corrupción vigente en su alrededor.
Si todos los gobernadores, presidentes municipales, autoridades legislativas, líderes sociales le dedicasen una hora al día a estudiar el problema de la inseguridad, de la violencia, de la criminalidad, otro muy distinto sería nuestro país.
Los gobernantes de este sexenio, a diferencia suya, no han tenido tiempo para atender la violencia, ni han contado con la voluntad política para limpiar, profesionalizar, cambiar siquiera un poco sus policías locales. Menos todavía sus cárceles que son imperios del delito.
Y cada vez que son cuestionados públicamente, que acuden a reuniones nacionales, o que los sicarios les avientan decenas de cadáveres, de mantas, de cabezas en sus calles, salen a decir lo contrario.
Cuando me preguntan porque mi empatía hacía usted, especialmente en este ámbito, respondo que no he conocido mandatario mejor informado, más atento, más dispuesto a escuchar y a actuar que usted. Y sí, coincido con mis amigos, mayoría priísta en el poder local, en afirmar que usted es monotemático y hasta monoaural en esto de la Seguridad… para bien de la República.
Yo he constatado la inmensa desidia de los gobernantes para encontrar a los responsables de los crímenes, de los más de sesenta mil muertos que llevamos a cuestas todos los mexicanos. Y eso se ha hecho vicio compartido, costumbre suicida y perversa en todos los sectores sociales. Tanto así que hoy por hoy tenemos como personajes públicos, como famosos que asemejan artistas de cine, a deudos de estas víctimas que han optado por vivir su duelo en la búsqueda de la justicia.
Justicia que las autoridades locales no ofrecieron en su momento a todos los padres, las madres, los hijos, los hermanos de las muertas de Juárez. Porque ahí comenzó el gran deterioro del país. Y ahí, en esa frontera terrible, comenzaron también los levantones y las desapariciones forzadas de cara a la mayor indiferencia de las autoridades. Gobiernos panistas y priístas de por medio porque, usted sabe Señor Presidente, esto de la desidia frente a la muerte no tiene siglas partidistas.
Fue más cómodo, en Chihuahua y en muchas otras partes del país, en las cabañas de Los Pinos, al menos en lo inmediato, negar la realidad de estas muertes, de las miles de desapariciones que ya existían antes de llegar Felipe Calderón Hinojosa al poder presidencial.
Pero los mexicanos, muchos críticos suyos Señor, tenemos mala memoria a voluntad. Olvidamos lo que nos molesta al hacer un análisis totalitario donde la necedad, hoy lo vivimos, sustituye a la realidad.
Viví de la mano de mi entrañable José Luis Santiago Vasconcelos la desidia oficial en los centros de mando federales el sexenio pasado, lo que remitió su labor –invaluable por lo que tuvo de valor y honestidad personal- a unas cuantas detenciones de personajes importantes dentro del poder del crimen organizado. No tenía policías, recursos, apoyo oficial más que de manera muy limitada. Por algo el Ejército pagó su funeral.
Entonces no se hizo nada para limpiar la miasma de la policías locales, y apenas comenzó el esfuerzo de transformación de las policías federales. Y los muertos ahí estaban, apestando también, pero sin la notoriedad que hoy le han otorgado los medios de comunicación que tal vez a su pesar han trabajado como “voceros”, jefes de prensa, de los criminales.
No nos preguntamos quiénes son los asesinos. Y lo sabemos. No nos preguntamos por qué las policías, las autoridades locales no hacen su trabajo y detienen a esos asesinos. Y sabemos la respuesta. Las hazañas de los padres que han logrado detener, poner detrás de las rejas, a los verdugos de sus hijos destacan en este mar de corrupción oficial, precisamente por ser excepciones. Usted encontró un país donde el sistema todo de aplicación de justicia está al servicio de los poderosos, donde todos somos presuntos culpables, donde los inocentes pueden purgar condenas eternas por robarse un pan y los culpables comprar su libertad con pacas de dólares.
Pero hoy le pretenden cobrar, a usted, porque sí, el pecado mayor de señalar la corrupción, palabra tan repetida como desgastada este sexenio, de los jueces que han dejado en libertad a tantos.
¿Qué nos pasa? ¿Dónde erramos tanto el camino? Yo me lo pregunto cada día, y como envejezco tengo menos respuestas y más interrogantes.
Conservo certezas que me permiten el ejercicio de mirarse de frente al espejo cada mañana, entre ellas la certidumbre inmensa, crucial, total y completa de no querer vivir de rodillas frente a una bola de mugrosos asesinos, de facinerosos oportunistas que cuentan con protección oficial para asesinar. Porque usted y yo y muchos más sabemos que detrás de cada crimen, de cada muerte, de cada “levantón”, hay policías locales que sirven, que trabajan como protectores de los asesinos. Y eso es lo que no han querido cambiar sus jefes.
Yo, creo que muchos, cientos de miles de mexicanos, hemos hecho nuestra parte para que ellos no ganen esta guerra. Y, a diferencia del señor Epigmenio Ibarra, yo he recogido muertos para entregarlos a sus familias. Muertos que fueron a combatir a estos criminales, a intentar limpiar estas policías, a cambiar esta realidad, muertos que habitan para siempre mis sueños y mis pesadillas. Muertos a los que no les llegaron los viáticos, los chalecos antibalas, los coches blindados a tiempo por una burocracia que no entiende nada del tema de seguridad, tal vez porque no es asunto de comisiones a repartir entre compadres.
Cuando los muertos son propios, son parte de ese afán de cambiar la realidad, de hacer algo para vencer a los verdaderos enemigos, a los asesinos, a los secuestradores, cambia el enjuiciamiento. Se modifica el ángulo de visión de la verdad.
Mejor que nadie conozco la fuerza de la crítica, de la palabra escrita, de las “Cartas” contra los gobernantes. He pagado con exceso
mi cuota por acceder al privilegio de la libertad de expresión. Por eso, justamente, estoy en la convulsionada necesidad de gritar que no es así, que no hay un solo argumento que tenga peso moral (No me refiero al árbol que da moras…) suficiente para culparlo a usted de la muerte de miles de mexicanos que fueron víctimas de organizaciones criminales que surgieron bajo la protección de gobiernos y sociedades que creyeron que había impunidad en estas asociaciones, maridajes perversos, que la convivencia con ellos era posible sin pagar consecuencias.
Si así fuese, si se tratase de llevar su caso a tribunales extranjeros, y la sola mención eriza mi piel educada en escuelas públicas donde la Patria se escribía con mayúsculas y nada del extranjero podía ser otra cosa que intromisión inaceptable en la soberanía nacional, permítame ser juzgada a su lado. Nada podía enaltecer más mi convicción de que en esta guerra, que eso lo es lo que vivimos una guerra con enemigos conocidos, usted está del lado correcto y yo quiero estar siempre de ese lado, donde no tienen cabida los criminales.
ISABEL ARVIDE
México, D. F., a 22 de diciembre del 2012.
Señor Presidente de la República,
Felipe Calderón Hinojosa,
Presente.
Señor Presidente,
Cada vez que escucho la manera en que líderes de opinión, que me merecen todo respeto, insisten en responsabilizarlo del “baño de sangre” que hemos padecido estos años, pienso con infinita indignación en la apatía de tantos gobernadores, jefes policiacos, políticos, generales que teniendo la obligación constitucional de garantizar paz social a la sociedad prefieren instalarse en la cómoda poltrona de la evasión.
Y entonces quisiera que gente como Epigmenio Ibarra, que ha visto desde muy cerca la crueldad de otras guerras fratricidas, mirasen hacía ellos.
Ese es el punto de balance que tanto necesitamos los mexicanos ya no para asimilar nuestra realidad sino, simplemente, para poder repartir responsabilidades de forma que en el futuro, inmediato y de largo plazo, no se cometan los mismos errores.
Que miedo, honestamente, que pánico inmenso que aquel que vaya a gobernarnos los próximos años opte por esta posición de falsa redención que hoy, de cara a los procesos electorales, resulta tan redituable. Las vestiduras que tantos hombres y mujeres públicas se desgarran en nombre de los muertos ignoran, precisamente, a los asesinos.
Borran de todo análisis el círculo vicioso de la impunidad que los gobernantes, y aquí me permito incluir por igual a los procuradores de justicia, a los titulares de seguridad pública estatal, a los presidentes municipales, a los directores de policías locales, han propiciado históricamente. Que en años recientes permitieron un deterioro social inconmensurable.
Y que usted, con una valentía que para algunos raya la estupidez y para otros, yo entre ellos, lo coloca en una tesitura de valentía que la historia habrá de reconocerle, decidió romper desde el primer día de su sexenio.
¿Quieren quemarlo en todas las hogueras públicas por ello? Bienvenida la reacción torpe o malintencionada de tantos porque permite con mayor claridad poner a cada uno en el sitio que han elegido tomar en estas batallas.
Los gobernadores, me consta tanto en primera persona, son los más ajenos y temerosos del tema “seguridad”. A no ser por la “indispensable” supervisión en los paquetes de adquisición de armamento que resultan tan productivos en sus economías particulares, optan por un frío alejamiento. Incluso, como ha sucedido en tantas entidades estos años, cuando la realidad les estalla en miles de cadáveres y otros muchos más desaparecidos.
Su contabilidad es otra. Su tiempo es muy valioso. Yo tengo más de treinta y cinco años de tratar con los gobernantes de este país, de hablar con ellos, de pelearme con ellos, de trabajar para ellos ahora en el tema de seguridad, por eso necesito contarle de mi desesperanzada desesperación ante su falta de tiempo para siquiera discutir esto.
Ya no conmigo, o no solamente conmigo sino con las autoridades federales comisionadas a su entidad o con aquellos que fueron contratados para encabezar sus propias instituciones. La excepción, minoría que se cuenta con los dedos de las manos, es de aquellos que se reúnen algunos minutos al día para discutir el tema de la violencia, que están enterados, que quieren saber de la corrupción vigente en su alrededor.
Si todos los gobernadores, presidentes municipales, autoridades legislativas, líderes sociales le dedicasen una hora al día a estudiar el problema de la inseguridad, de la violencia, de la criminalidad, otro muy distinto sería nuestro país.
Los gobernantes de este sexenio, a diferencia suya, no han tenido tiempo para atender la violencia, ni han contado con la voluntad política para limpiar, profesionalizar, cambiar siquiera un poco sus policías locales. Menos todavía sus cárceles que son imperios del delito.
Y cada vez que son cuestionados públicamente, que acuden a reuniones nacionales, o que los sicarios les avientan decenas de cadáveres, de mantas, de cabezas en sus calles, salen a decir lo contrario.
Cuando me preguntan porque mi empatía hacía usted, especialmente en este ámbito, respondo que no he conocido mandatario mejor informado, más atento, más dispuesto a escuchar y a actuar que usted. Y sí, coincido con mis amigos, mayoría priísta en el poder local, en afirmar que usted es monotemático y hasta monoaural en esto de la Seguridad… para bien de la República.
Yo he constatado la inmensa desidia de los gobernantes para encontrar a los responsables de los crímenes, de los más de sesenta mil muertos que llevamos a cuestas todos los mexicanos. Y eso se ha hecho vicio compartido, costumbre suicida y perversa en todos los sectores sociales. Tanto así que hoy por hoy tenemos como personajes públicos, como famosos que asemejan artistas de cine, a deudos de estas víctimas que han optado por vivir su duelo en la búsqueda de la justicia.
Justicia que las autoridades locales no ofrecieron en su momento a todos los padres, las madres, los hijos, los hermanos de las muertas de Juárez. Porque ahí comenzó el gran deterioro del país. Y ahí, en esa frontera terrible, comenzaron también los levantones y las desapariciones forzadas de cara a la mayor indiferencia de las autoridades. Gobiernos panistas y priístas de por medio porque, usted sabe Señor Presidente, esto de la desidia frente a la muerte no tiene siglas partidistas.
Fue más cómodo, en Chihuahua y en muchas otras partes del país, en las cabañas de Los Pinos, al menos en lo inmediato, negar la realidad de estas muertes, de las miles de desapariciones que ya existían antes de llegar Felipe Calderón Hinojosa al poder presidencial.
Pero los mexicanos, muchos críticos suyos Señor, tenemos mala memoria a voluntad. Olvidamos lo que nos molesta al hacer un análisis totalitario donde la necedad, hoy lo vivimos, sustituye a la realidad.
Viví de la mano de mi entrañable José Luis Santiago Vasconcelos la desidia oficial en los centros de mando federales el sexenio pasado, lo que remitió su labor –invaluable por lo que tuvo de valor y honestidad personal- a unas cuantas detenciones de personajes importantes dentro del poder del crimen organizado. No tenía policías, recursos, apoyo oficial más que de manera muy limitada. Por algo el Ejército pagó su funeral.
Entonces no se hizo nada para limpiar la miasma de la policías locales, y apenas comenzó el esfuerzo de transformación de las policías federales. Y los muertos ahí estaban, apestando también, pero sin la notoriedad que hoy le han otorgado los medios de comunicación que tal vez a su pesar han trabajado como “voceros”, jefes de prensa, de los criminales.
No nos preguntamos quiénes son los asesinos. Y lo sabemos. No nos preguntamos por qué las policías, las autoridades locales no hacen su trabajo y detienen a esos asesinos. Y sabemos la respuesta. Las hazañas de los padres que han logrado detener, poner detrás de las rejas, a los verdugos de sus hijos destacan en este mar de corrupción oficial, precisamente por ser excepciones. Usted encontró un país donde el sistema todo de aplicación de justicia está al servicio de los poderosos, donde todos somos presuntos culpables, donde los inocentes pueden purgar condenas eternas por robarse un pan y los culpables comprar su libertad con pacas de dólares.
Pero hoy le pretenden cobrar, a usted, porque sí, el pecado mayor de señalar la corrupción, palabra tan repetida como desgastada este sexenio, de los jueces que han dejado en libertad a tantos.
¿Qué nos pasa? ¿Dónde erramos tanto el camino? Yo me lo pregunto cada día, y como envejezco tengo menos respuestas y más interrogantes.
Conservo certezas que me permiten el ejercicio de mirarse de frente al espejo cada mañana, entre ellas la certidumbre inmensa, crucial, total y completa de no querer vivir de rodillas frente a una bola de mugrosos asesinos, de facinerosos oportunistas que cuentan con protección oficial para asesinar. Porque usted y yo y muchos más sabemos que detrás de cada crimen, de cada muerte, de cada “levantón”, hay policías locales que sirven, que trabajan como protectores de los asesinos. Y eso es lo que no han querido cambiar sus jefes.
Yo, creo que muchos, cientos de miles de mexicanos, hemos hecho nuestra parte para que ellos no ganen esta guerra. Y, a diferencia del señor Epigmenio Ibarra, yo he recogido muertos para entregarlos a sus familias. Muertos que fueron a combatir a estos criminales, a intentar limpiar estas policías, a cambiar esta realidad, muertos que habitan para siempre mis sueños y mis pesadillas. Muertos a los que no les llegaron los viáticos, los chalecos antibalas, los coches blindados a tiempo por una burocracia que no entiende nada del tema de seguridad, tal vez porque no es asunto de comisiones a repartir entre compadres.
Cuando los muertos son propios, son parte de ese afán de cambiar la realidad, de hacer algo para vencer a los verdaderos enemigos, a los asesinos, a los secuestradores, cambia el enjuiciamiento. Se modifica el ángulo de visión de la verdad.
Mejor que nadie conozco la fuerza de la crítica, de la palabra escrita, de las “Cartas” contra los gobernantes. He pagado con exceso
mi cuota por acceder al privilegio de la libertad de expresión. Por eso, justamente, estoy en la convulsionada necesidad de gritar que no es así, que no hay un solo argumento que tenga peso moral (No me refiero al árbol que da moras…) suficiente para culparlo a usted de la muerte de miles de mexicanos que fueron víctimas de organizaciones criminales que surgieron bajo la protección de gobiernos y sociedades que creyeron que había impunidad en estas asociaciones, maridajes perversos, que la convivencia con ellos era posible sin pagar consecuencias.
Si así fuese, si se tratase de llevar su caso a tribunales extranjeros, y la sola mención eriza mi piel educada en escuelas públicas donde la Patria se escribía con mayúsculas y nada del extranjero podía ser otra cosa que intromisión inaceptable en la soberanía nacional, permítame ser juzgada a su lado. Nada podía enaltecer más mi convicción de que en esta guerra, que eso lo es lo que vivimos una guerra con enemigos conocidos, usted está del lado correcto y yo quiero estar siempre de ese lado, donde no tienen cabida los criminales.
ISABEL ARVIDE
domingo, 11 de diciembre de 2011
Sobre el culto guadalupano
"Ixtus: ¿Existió Juan Diego?
Schulenburg: No. Es un símbolo, no una realidad.
Ixtus: ¿Entonces cómo encaja la beatificación que de él hizo el papa?
Schulenburg: Esa beatificación es un reconocimiento de culto, no es un reconocimiento de la existencia física y real del personaje; por lo mismo, no es propiamente una beatificación".
Fragmento de la entrevista concedida en 1995 por Guillermo Schulemburg , entonces Abad de la Basílica de Guadalupe, a la revista católica Ixtus.
Este día doce se llevará a cabo una festividad más de la llamada virgen de Guadalupe, culto idólatra establecido a mediados del siglo XVI en la entonces Nueva España. Si bien la leyenda ubica las "apariciones" en el año de 1531 estando Fray Juan de Zumárraga a la cabeza de la iglesia católica, en realidad el origen del culto tuvo lugar durante la gestión del sucesor de Zumárraga, el granadino Alonso de Montúfar en 1555 quien preocupado por las numerosas peregrinaciones que se seguían efectuando al cerro de "tepeyeacac" para visitar a "tonantzin" (nuestra madre o madre de los dioses) en detrimento de las creencias católicas, hizo colocar furtivamente en la cueva de Tonantzin una pintura de la María bíblica con razgos indígenas atribuída al artista indio Marcos Cipac de Aquino. Al correrse la voz de la "aparición" de la pintura, con el tiempo y la vocación mágica de los indios se pasó a las apariciones de la propia María, leyenda que quedó formalmente asentada en el Nican Mopohua publicado en 1649. El icono religioso ha sido acompañante de sucesos importantes de la historia de México y aun dentro de la propia iglesia católica ha tenido detractores como Fray Servando Teresa de Mier en el siglo XIX y en el siglo pasado Guillermo Schulemburg.
Cabe mencionar que Fray Juan de Zumárraga, primer jefe de la iglesia católica en la Nueva España, constantemente escribía al Rey de España Carlos V para informarle de lo relevante, amén de sus memorias y diario. En ningún texto de Zumárraga se encuentra comentario alguno a suceso "sobrenatural" tan asombroso.
martes, 6 de diciembre de 2011
¿De izquierda?
Por Sergio Sarmiento
"Nuestra pobreza puede medirse por el número y suntuosidad de las fiestas populares".
Octavio Paz
¿Qué es un gobierno de izquierda? Supongo que es uno en que los gobernantes hacen cuando menos el esfuerzo por reducir la pobreza y mejorar la distribución de la riqueza. Un régimen que derrocha el dinero público en fiestas y circo, y que toma medidas para empobrecer a los más pobres, no puede ser de izquierda. Por eso estoy convencido de que el actual gobierno perredista del Distrito Federal no lo es.
Ayer la administración de Marcelo Ebrard presentó un concierto "gratuito" de la cantante estadounidense Britney Spears en el Monumento a la Revolución. Poco tiene de progresista este espectáculo, pero además el contrato firmado con la intérprete ha sido clasificado como confidencial. Algo quiere ocultar el gobierno que no desea que los contribuyentes que deben pagar los costos se enteren de las condiciones en que se contrató el espectáculo. Difícilmente es ésta una medida de un gobierno de izquierda.
La tarde y noche del sábado se inauguraron también una pista de hielo, un gigantesco árbol de Navidad (un símbolo religioso) y adornos iluminados en el Zócalo de la ciudad de México. Para el espectáculo inaugural se cerró a la circulación de vehículos en el primer cuadro del centro de la ciudad.
Ayer domingo, además del cierre por la mañana del Paseo de la Reforma para el ya habitual paseo en bicicleta, y de clausuras adicionales en Reforma y el segundo piso del Periférico para la realización de carreras deportivas, se mantuvo cerrada Reforma por la tarde para un desfile de carros alegóricos. Se colocaron además en el paseo una serie de nacimientos, expresión fundamental de la fe católica en las fiestas navideñas.
Mientras esto ocurre, el gobierno de la ciudad mantiene un proceso en los tribunales para defender su Norma 29. Esta prohíbe la instalación de supermercados o tiendas de conveniencia en las zonas más pobres de la ciudad. El argumento ostensible es el de proteger los márgenes de ganancia de los mercados públicos y mercados sobre ruedas, que ya reciben subsidios y tratos preferenciales del gobierno, como el poder instalarse en las calles (un ejemplo típico de privatización de un bien público para beneficio privado). La razón de fondo es obtener el voto y la movilización de los locatarios y beneficiarios de estas concesiones en los comicios de 2012.
La consecuencia económica natural de esta Norma 29 es la de condenar a las personas más pobres de la ciudad a pagar más por los productos que consumen o a tener que transportarse largas distancias, con el costo que esto implica, para tener acceso a productos con mejor precio o calidad. Además se impide la realización de nuevas inversiones y la creación de nuevos empleos. Los proyectos de nuevos comercios tendrán que concentrarse en las zonas más prósperas de la capital, donde ya hay abundancia de ellos, o tendrán que trasladarse al estado de México.
Un gobierno que utiliza los recursos públicos para fiestas, adornos y conciertos, y que prohíbe las inversiones productivas que puedan generar un mejor nivel de vida entre la población, no puede ser considerado de izquierda. Se trata, en el mejor de los casos, de un régimen populista, y en el peor de uno de derecha. Lo curioso es que el propio Marcelo Ebrard y sus funcionarios afirman constantemente pertenecer a un gobierno de izquierda. Lo que les interesa es el nombre, que consideran políticamente rentable, porque las políticas de izquierda en realidad brillan por su ausencia.
jueves, 1 de diciembre de 2011
Teocracias irracionales e inhumanas
Según nota de Elpaís.com una mujer Afgana que fue violada por el marido de su prima fue condenada a 12 años de cárcel por el "delito" de adulterio. Por si esa imbecilidad fuera poca cosa, el presidente de Afganistán Hamid Karzai ha otorgado el perdón si la mujer accede a casarse con su agresor. Es de tal magnitud el absurdo de este caso que podría provocar risa de no ser porque se trata de un drama que cotidianamente sufren las mujeres en ese país gobernado por una teocracia fundamentalista que se rige por preceptos irracionales y profundamente misógina. Las creencias irracionales son un lastre para la inteligencia humana y un retroceso. Aun así hay quienes en nuestro país México hablan de incluir "educación religiosa" en las escuelas públicas. No pasarán.