Columna de Sergio Sarmiento publicada por el periódico Reforma
"De ser toro, preferiría morir en el ruedo y no en el matadero".
Catón (Armando Fuentes Aguirre)
Si la propuesta fuera de carácter general, y buscara impedir la tortura o la muerte indebida de cualquier animal, no habría nada que objetar. Pero no es así. La iniciativa aprobada en comisiones por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, que está en espera de un espacio en el pleno, no pretende proteger a los animales del sufrimiento sino prohibir una fiesta popular y tradición cultural que es muy importante para cientos de miles, quizá millones de personas.
Primero quiero hacer una aclaración de interés o, en este caso, de no interés: no me gustan las corridas de toros. No es que no aprecie el arte taurino sino que me perturban la sangre y la violencia. A pesar de provenir de una familia andaluza con gusto por la fiesta brava, coincido con el escritor Francois Mauriac quien, tras haber sido aficionado a las corridas, no pudo ya asistir a ellas después de la Segunda Guerra Mundial por el recuerdo de los horrores que había vivido.
El que no me gusten las corridas, sin embargo, no me da derecho a buscar la prohibición de un festejo cultural. Y la iniciativa que están considerando los diputados capitalinos sólo busca eso. No se preocupa por el bienestar de los toros o de otros animales, sino simplemente por prohibir una fiesta que a algunos diputados no les agrada.
Es verdad que el toro muere en la fiesta brava, pero lo hace en condiciones menos lastimosas que muchos animales sacrificados para el consumo de los humanos y por los que los diputados no se han preocupado. En una corrida el astado muere en combate y con el organismo lleno de adrenalina. Como bien lo puede atestiguar cualquier persona involucrada alguna vez en una pelea, durante ésta la adrenalina reduce el dolor de una manera drástica. Ésta es la manera en que la naturaleza impulsa al cuerpo a pelear para asegurar su supervivencia. Hasta donde sabemos el toro bravo muere en el ruedo con menos dolor que la res en el matadero.
El toro de lidia vive usualmente en condiciones de gran mimo. Crece en campos abiertos y no en espacios confinados, como tantos de los actuales animales de granja. Recibe la mejor de las alimentaciones y goza de los placeres sexuales sin límite. El propósito mismo de su cría es mantenerlo en circunstancias que se acerquen tanto como sea posible a las que habría tenido en la vida silvestre. Sólo así puede tener el toro la bravura que caracterizaba a sus antepasados salvajes. Compare usted la existencia de este toro con la del buey, que no es otra cosa que un toro castrado utilizado para el engorde o para el trabajo en el campo.
El toro de lidia ha sido seleccionado y criado para combatir. Es el descendiente más directo del uro europeo, el Bos taurus primigenius. Se distingue marcadamente del Bos taurus modificado por el ser humano para darle más carne y mansedumbre. La prohibición de las corridas tendría como una de sus principales consecuencias la desaparición de este toro bravo, legado de tiempos primitivos en que los uros vivían en libertad.
La prohibición de las corridas tendría también un costo importante para una industria de la que viven ganaderos, trabajadores del campo, fabricantes de trajes de luces, toreros, banderilleros y personal de la plaza, entre otros. Muchos empleos se perderían. No los de los diputados, pero sí de gente sin poder y sin influencia política.
Quizá llegue un momento en que las corridas de toros desaparezcan porque la educación haga que la gente no sienta ya el gusto de la fiesta. Si ésta es una decisión libre, habrá que respetarla. Pero la prohibición es señal del ánimo autoritario de un grupo de políticos que, al parecer, se identifican más con el buey castrado que con el toro bravío.
viernes, 13 de abril de 2012
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