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domingo, 26 de febrero de 2012

¿Votarás por el PRI?




"Va pa tras"

Por Denise Dresser
Grupo Reforma

Ciudad de México, México

Basta con ver la cara de los priistas en cualquier acto público. Basta con advertir las sonrisas
compartidas, los rostros complacidos, los abrazos entusiastas. Están felices y se les nota; están rebosantes y no lo pueden ni lo quieren ocultar. Saben que vienen de vuelta, saben que están de regreso, saben que encuesta tras encuesta los coloca en el primer lugar de las preferencias en las elecciones estatales y cada vez más cerca de recuperar el control del gobierno federal.

El PRI resurge, el PRI revive, el PRI resucita. Beneficiario del panismo incompetente y del perredismo auto-destructivo, el Revolucionario Institucional está a un paso de alcanzar el picaporte de Los Pinos tan sólo dos sexenios después de haber sido expulsado de allí.
Para muchos mexicanos esta posibilidad no es motivo de insomnio ni de preocupación. Hablan del retorno del PRI como si fuera un síntoma más de la normalidad democrática. Un indicio más de la alternancia aplaudible.

Un indicador positivo de la modernización que México ha alcanzado y que ya sería imposible revertir. "El país ya no es el mismo que el de 1988", advierten quienes no se sienten alarmados por la resurrección priista. "El PRI no podría gobernar de manera autoritaria como lo hizo alguna vez", sugieren quienes celebran los logros de la consolidación democrática. "Los priistas se verían obligados a instrumentar las reformas que hasta ahora han rechazado", auguran los oráculos del optimismo. Y ojalá tuvieran razón las voces de aquellos a quienes no les quita el sueño la posibilidad de Enrique Peña Nieto en Los Pinos, Manlio Fabio Beltrones en la Secretaría de Gobernación, Beatriz Paredes en cualquier puesto del gabinete, y Emilio Gamboa en la presidencia del PRI.

Ojalá fuera cierto que una nueva era de presidencias priistas sería señal de alternancia saludable y no de regresión lamentable. Ojalá fuera verdad que tanto el país como el PRI han cambiado lo suficiente como para prevenir el resurgimiento de las peores prácticas del pasado. Pero cualquier análisis del priismo actual contradice ese pronóstico, basado más en lo que sus proponentes quisieran ver que en la realidad circundante. Como lo escribe el columnista Tom Friedman en The New York Times, en México hoy coexisten tres grupos:

"Los Narcos, los No's y los NAFTA's": los capos, los beneficiarios del statu quo y los grupos sociales que anhelan el progreso y la modernización. Y hoy el PRI es, por definición, "El Partido del No". El que se opone a las reformas necesarias por los intereses rentistas que protege; el que rechaza las candidaturas ciudadanas por la rotación de élites que defiende; el que rehúye la modernización sindical por los "derechos adquiridos" que consagró; el que no quiere tocar a los monopolios porque fue responsable de su construcción. El PRI y sus bases son los "No's" porque constituyen la principal oposición a cualquier cambio que entrañaría abrir, privatizar, sacudir, confrontar, airear o remodelar el sistema que los priistas concibieron y del cual viven.

A quien no crea que esto es así, le sugiero que lea los discursos atávicos de Beatriz Paredes, que examine la oposición pueril de Enrique Peña Nieto a la reelección, que reflexione sobre los intereses cuestionables de Manlio Fabio Beltrones, que estudie los negocios multimillonarios de Emilio Gamboa, nuevo dirigente de la CNOP y próximo presidente del partido. Allí está el PRI clientelar, el PRI corporativo, el PRI corrupto, el PRI que realmente no cree en la participación ciudadana o en los contrapesos o en la rendición de cuentas o en la apertura de la vida sindical al escrutinio público. Si la biografía es micro-historia, entonces se vuelve indispensable desmenuzar la de Emilio Gamboa ya que su selección reciente para una de las posiciones más importantes del priismo revela mucho sobre el ideario, los principios y el modus operandi de la organización.

Emilio Gamboa, descrito en el libro coordinado por Jorge Zepeda Patterson, Los intocables, como el broker emblemático de la política mexicana; el intermediario entre el dinero y el poder político. Vinculado al Pemexgate, al quebranto patrimonial en Fonatur, al crimen organizado vía su relación con Marcela Bodenstedt y el Cártel del Golfo, a las redes de pederastia, al tráfico de influencias. De nuevo en la punta del poder dentro de su propio partido.

Ése es el PRI del 2010, y si no lo fuera, su dirigencia ya habría denunciado a Emilio Gamboa junto a tantos que se le parecen. Pero no es así. El PRI nuevo milenio y el que se apresta a gobernar a la República sigue siendo un club transexenal de corruptos acusados y corruptos exonerados; de cotos construidos sobre la intersección de la política y los negocios; de redes tejidas sobre el constante intercambio de favores y posiciones, negociadas a oscuras. En una conversación telefónica grabada y ampliamente diseminada -que a pesar de ello no ha hecho mella en su carrera política- Emilio Gamboa le dice a Kamel Nacif: "va p'a tras". Y ése es el mismo mensaje que el PRI envía sobre el país bajo su mando.
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Si estás de acuerdo con mis planteamientos, te agradecería que los reenviaras a tus amigos, parientes y contactos, en el entendido de que trato de hacer conciencia y ciudadanos críticos y participativos. México lo hacemos todos los días... ¡todos!
¡Gracias!

sábado, 25 de febrero de 2012

Despenalizar drogas ¡ya!




Una guerra absurda
Por Jaime Sánchez Susarrey

Por donde quiera que se le mire, la guerra contra las drogas ha sido un gran fracaso. Pero además, la prohibición de las drogas está haciendo agua por todos lados

La guerra contra las drogas no se puede ganar, pero sí se puede perder. Si se pudiera ganar, ya se habría ganado. El 17 de junio de 1971, Richard Nixon declaró oficialmente la guerra contra las drogas.

El 1o. de julio de 1973 fue más allá y creó la Drug Enforcement Administration (actual DEA) y la dotó en 1974 de un presupuesto de 116 millones de dólares. El objetivo era castigar la producción, distribución y consumo drogas.

Han pasado ya 41 años de la declaratoria de Nixon y el mundo es otro: el bloque socialista desapareció, la globalización ha revolucionado la economía mundial, China e India emergen como nuevas potencias y la crisis económica que empezó en 2008 está transformando los equilibrios mundiales.

En resumen, el mundo de los años sesenta y setenta nada tiene que ver con lo que hoy estamos viviendo. Sin embargo la estrategia contra las drogas es la misma. La DEA sigue allí y el gobierno de Obama asignó a la guerra contra las drogas un presupuesto de 15 mil millones de dólares para el año fiscal 2011-2012.

Por donde quiera que se le mire, la guerra contra las drogas ha sido un gran fracaso. Pero además, la prohibición de las drogas está haciendo agua por todos lados. No existe siquiera consenso acerca de cuáles drogas son más peligrosas que otras y por qué deben prohibirse.

En un estudio publicado por la revista The Lancet (1/11/10), dos asesores del gobierno británico, David Nutt y Leslie King, hicieron señalamientos heterodoxos: el primero es que el alcohol tiene un efecto más destructivo en el individuo y su entorno familiar, social y comunitario que la heroína y el crack.

El segundo, en la misma línea, fue un comentario que le costó al profesor Nutt el despido de su trabajo: consumir éxtasis, afirmó, es menos peligroso que montar a caballo.

Y en efecto, más allá de la polémica investigación de Nutt y King, los criterios para clasificar la peligrosidad de una droga son confusos e irracionales.

El Régimen Internacional de Control de Drogas (RICD), como advierte en una carta el investigador Francisco Thoumi al presidente Santos de Colombia, está conformado por tres convenciones y por un conjunto de organismos: la Comisión de Estupefacientes, la Junta Internacional de Fiscalización de Drogas (JIFE) y la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD).

Todas las drogas controladas por el RICD sólo se pueden usar con fines médicos y de investigación científica. Por consiguiente, cualquier consumo recreativo, social, experimental, o ceremonial está prohibido y es calificado como un abuso.

El RICD criminaliza cualquier producción que no sea para uso médico o científico, pero es más flexible con relación al consumo, el cual puede ser simplemente una contravención a la norma -concluye Thoumi-.

Pero es ahí donde empiezan las contradicciones. Porque los datos son concluyentes: se calcula que mientras el alcohol causa 2.5 millones de muertes al año y el tabaco 5.4 millones, las drogas ilegales no ocasionan más de 200 mil decesos en todo el mundo.

La proporción, en consecuencia, no puede ser más absurda ni descabellada. Las muertes por el uso y abuso de drogas ilegales representan apenas el 3 por ciento de las que ocurren por el consumo de alcohol y tabaco.

Así que de dos cosas una: o se deberían incluir el alcohol y el tabaco dentro de las drogas prohibidas o se debería eliminar la restricción sobre el resto de las drogas ilegales, porque no hay proporción en el daño que causan a la población.

Pero el asunto tiene otra arista: el sentido profundo de la prohibición. La Convención Única Sobre Estupefacientes de 1961, enmendada por el Protocolo de 1972, de la ONU establece:

"Las partes, preocupadas por la salud física y moral de la humanidad...Reconociendo que la toxicomanía constituye un mal grave para el individuo y entraña un peligro social y económico para la humanidad...".

De ese modo, la ONU se adjudicó el derecho de preservar la salud física y moral de la humanidad. De ahí la prohibición de drogas que en otras latitudes y culturas eran toleradas y consumidas: la hoja de coca, el peyote, la marihuana, el hashish, el opio...

Pero al hacerlo, pasó por encima de los derechos elementales del individuo en una sociedad democrática y moderna. Además, del respeto que deberían haber merecido los usos y costumbres de otras culturas.

La libertad de cada uno no puede tener otro límite que no dañar la propiedad o la integridad de otras personas.

Nadie, y mucho menos el Estado, tiene derecho de imponerle al individuo una noción de salud física y mucho menos moral.

De ahí la contradicción flagrante: lo que se hace con las drogas ilegales no se hace con el alcohol y el tabaco porque la protesta social sería incontenible.

Se trata, en consecuencia, de dos varas y dos medidas. La Convención de 1961 prohibió las drogas "exóticas" (de otras culturas), pero no tocó las consumidas y admitidas en Occidente: el alcohol y el tabaco.

No hay consistencia moral ni lógica en la prohibición. La persistencia a lo largo de estos 50 años se debe, por un lado, a los prejuicios. Y, por el otro, a los intereses creados.

Hace 21 años se le preguntó a Milton Friedman, premio Nobel de Economía, liberal, defensor de la legalización de las drogas, por qué había tanta oposición a eliminar la prohibición y respondió: "... la respuesta es que hay muchos intereses creados que han surgido a partir de la actual guerra contra las drogas".

Y en efecto, los intereses creados van hoy de la burocracia de la ONU a la de Estados Unidos, incluyendo a la DEA y otros organismos gubernamentales.

Vencer su resistencia no será fácil.