
En la segunda parte de "El Quijote de la Mancha" de Cervantes, cuando ya Sancho Panza, el humilde escudero es gobernador de su ínsula, atiende audiencias y resuelve con sabiduría y justicia los casos que la gente le presenta. En uno de ellos una mujer atractiva y de carácter, acusa a un hombre de haberla mancillado, de haberla forzado sexualmente y exige la reparación del daño en términos económicos. Sancho gobernador, ante las reiteradas negativas del acusado sobre el hecho, lo condena a entregarle una importante suma de monedas a la "víctima" para inmediatamente después ordenarle al acusado que por la fuerza le quite la bolsa de monedas que le acababa de entregar. El acusado lo intenta pero la furiosa mujer se defiende con tal bravura que le resulta imposible, por lo que el juzgador concluye que la mujer miente, toda vez que nunca podría el pobre sujeto acusado haber abusado él solo de ella. El caso Kalimba hace levantar las cejas. Sin menospreciar a la posible víctima, ¿cómo un hombre joven no corpulento pudo someter y violar él solo a una adolescente sin que nadie en las habitaciones contiguas oyera nada, ni nadie reportara nada a recepción?. Sin descalificar de nuevo a la posible víctima, sus propias declaraciones establecen que ya se practicó un aborto, que es adicta a las drogas y que incluso llegó a prostituirse para comprarlas. Si hay delito que se castigue, pero primero que se demuestre fehaciente mente.
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