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martes, 16 de noviembre de 2010

¿Cuál Revolución?


COLUMNA INVITADA
LUIS GONZÁLEZ DE ALBA PUBLICADO POR MILENIO

La Revolución Mexicana no existió nunca. M. Schettino. Cien años de confusión

La Revolución Mexicana, cuyo centenario celebramos, nunca existió. Está narrada según tres hechos que no tuvieron lugar: 1) El 20 de noviembre de 1910, el pueblo mexicano, cansado de una feroz dictadura de 30 años, 2) se levantó en armas con campesinos y obreros al frente, 3) y con su triunfo instaló un régimen democrático.

Eso nos enseñan en la escuela. Pues bien: el 20 de noviembre no ocurrió absolutamente nada, nadie se levantó en armas. ¿De dónde sacamos esa fecha mítica? De que Francisco Madero lanzó un plan, como había hecho todo caudillo durante todo el siglo XIX hasta la primera presidencia de Porfirio Díaz, con el que llamaba, desde San Antonio, Texas, a que los mexicanos combatieran la dictadura. El manifiesto, repartido a fines de octubre de 1910, daba un escaso mes a la preparación.

El Plan de San Luis

“Conciudadanos: No vaciléis pues un momento: tomad las armas, arrojad del poder a los usurpadores, recobrad vuestros derechos de hombres libres y recordad que nuestros antepasados nos legaron una herencia de gloria que no podemos mancillar. Sed como ellos fueron: invencibles en la guerra, magnánimos en la victoria: SUFRAGIO EFECTIVO, NO REELECCIÓN.”

Como podéis ver, con la desaparición de la enseñanza del vosotros durante el echeverriato y su agua de jamaica, los mexicanos no sólo dejamos de comprender el Himno Nacional y a Sor Juana, tampoco podemos leer el Plan de San Luis.

Dejemos de lado que si algo no hemos sido los mexicanos ha sido magnánimos en la victoria: preguntad a don Miguel Hidalgo por los españoles pasados a cuchillo por ser españoles (lo cual cumple la definición de genocidio) y a los texanos que todavía nos refriegan la matanza de El Álamo durante la guerra por la que se separó Texas (y si comparamos… hizo bien).

En fin, el tono despide un tufillo rancio. Pero no fue ése su peor defecto, sino que, fechado el 5 de octubre, no salió a repartirse hasta el 25 del mismo mes. Y tanto Lenin como Mao podían haberle explicado al Apóstol de la Democracia que los jodidos son un tanto rejegos a dejar su jodidez. Y no bastan cuatro semanas de volanteo.

Pero es más grave el desconocimiento de la situación económica del país: nos hemos atragantado con una versión de casi esclavitud que no se sostiene por ningún lado. Leamos cifras de Jean Meyer en La Revolución mexicana: “Es decir, 30 años de crecimiento demográfico y económico sostenido, incluso acelerado después de 1900. El crecimiento industrial es del orden de 12 (doce) por ciento anual y las exportaciones aumentan en promedio a un 6 por ciento anual entre 1878 y 1911”.

Ya quisiéramos la mitad de ese 12 por ciento luego de un siglo de conquistas revolucionarias. El 20 de noviembre, Madero sale de Texas rumbo a Coahuila para encabezar la guerra civil, no encuentra a sus fuerzas leales y cuando finalmente las localiza son diez hombres (sí, ¡diez!), señala Schettino en su formidable análisis arriba citado. Hay levantamientos dispersos y con diversas demandas que a Madero le resultan “no sólo inusitados, sino incomprensibles e incontrolables”.

A partir de diciembre de 1910 hay encuentros esporádicos que el ejército gana con facilidad a muy diversos cabecillas, en Chihuahua se levantan Pascual Orozco y Villa sin otra demanda que la del respeto al voto y ajuste de cuentas con el gobernador. Pero Díaz, que ya había expresado en la multicitada entrevista de 1908 con Creelman su deseo de retirarse porque México estaba maduro para la democracia, había cambiado de opinión porque el poder embriaga y se hizo reelegir en junio de 1910, volvió a cambiar de opinión en mayo de 1911 y decidió renunciar a la Presidencia e instarse en París, donde murió.

Se fue el dictador, triunfó el pueblo y fueron muy felices por los siguientes cien años… No fue así. La renuncia de Porfirio Díaz apenas marca el inicio de ese mazacote confuso que sus propios actores llamaron con justeza “la bola”.

¿Quiénes son los cabecillas de la bola? Todos son regionales: Orozco y Villa en Chihuahua; Maytorena en Sonora; Eulalio Gutiérrez en Coahuila; Emiliano Zapata en Morelos; en Zacatecas, Luis Moya, describe Jean Meyer op. cit., y subraya un tema clave: Son “todos ellos pequeños propietarios o pequeños comerciantes holgados, salvo Villa –antiguo bandido—y Maytorena, hombre de fortuna”, como de fortuna eran los Madero.

¿Y el tercer punto, las conquistas sociales y económicas de la bola, luego llamada Revolución? No hay uno solo que no haya sido alcanzado por esos mismos tiempos, y aun antes, por países latinoamericanos sin revolución: sindicalismo, Seguro Social, alfabetización, mayor esperanza de vida, mejor calidad de vida. El sindicalismo de la Revolución se convirtió en corporativismo atado al gobierno, los niveles de escolarización apenas los estamos igualando con los de Chile, Uruguay y Argentina, la calidad de vida y la esperanza de vida son fruto de la ciencia y la tecnología mundiales.

¿Hay motivos de celebración? Ninguno.

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